sábado, 1 de junio de 2019

Una mañana entre Humet y Serrat.

Solo soy un ser un ser humano cantaba el gran Humet, solo soy un ser social influenciado e influyente en los demás; que manda y es mandado generando vinculos de poder y referencia. Me decido ir al dentista se me cuela una señora, le dedico una mirada inquisidora y me da con la revista. La amenaza que precede a la violencia, la agresión disfrazada de legitima defensa, todos encontramos razones que justifiquen el empujon con fines egoistas para colarnos en el metro a las nueve menos cuarto.
¿Quien nos hará más tibio el frio? ¿Quien nos protegera de las brujas cuando nos arañen los despertares de invierno? ¿Quien nos preparará el cafe negro que nos alivie los adentros? ¿Quien respondera los guasap del trabajo en esas mañanas en las que la resaca deja bolsas de infierno en el cerebro? A menudo yo me siento tan cansado como si de todas partes apuntaran hacia mi.
Algunas mañanas de este estío recien parido querría vivir al margen, que nadie requiriera mi toma de postura, que nadie demandara mi voto, que les fuera indiferente si anduviera recto o curvo, que perdiera los apellidos y el cargo. Dejarme llevar por la marea y que en el metro me metieran y sacaran al azar de estaciones con nombres sugerentes de la linea rosa: pinar del rey, mar de cristal y cosas así.  
Piensa en mi cuando no te llegue el sueldo a fin de mes, recuerda lo barato que nos salía la felicidad cuando follábamos en el suelo frio de tu casa por amueblar y sin embargo ahora exigentes queremos piltra de latex con dosel. Recuerda como quedaba envuelto el coche en el tul de nuestros alientos y tu sexo relamido por mis labios incomodo y receptivo en el asiento de atrás.
Creo que estamos tan vigilados que nos hemos hecho transparentes, tenemos tanto miedo a que nos tachen de extravagantes y delictivos que nos hemos hecho homogeneos. Somos demasiado condescendientes a que el Estado que vela por nuestros sueños instale cookies en nuestras cartas de amor. Todos somos presuntos delincuentes que entramos a robar calcetines en un supermercado del Rosellon, todos somos chivatos delatores de las sisas de los pobres y condescendientes con la comisión de mantenimiento de la cuenta corriente.
Entro en el quiosko, una vieja irreverente le monta un pollo a una joven dependienta con contrato temporal. O se larga de aqui inmediatamente,señora, o le calzo dos hostias,le digo, no sé si me ha entendido... y como todos somos valientes con los humildes y cobardes con los señores de corbata me mira con cobardia y se larga sin rechistar. La chica me devuelve el cambio y una sonrisa de color carmin que vale por un mundo en esta mierda de ciudad. No sé, pensé con una galantería derogada de cincuenton en ciernes, quien poblara los poemas que leas a escondidas, pero sí que sé que hoy te dejaré ser protagonista de los mios.
Y así bosteza perezosa la ciudad de un dia cualquiera, cuando el buitre de los horarios laborales entre tazas, tostadas y periódicos nos obliga a poner nuestro dedo para el control de la jornada de trabajo (todo ahora tan controlado como descontrolados nuestros sueños). ¿Quien fuera montero para tener aun telefonos en tinta azul a quien llamar escritos en el reverso del carnet de conducir? Vivo en paz, como de lo que gano y solo aspiro a ser ciudadano. Abro las ventanas del despacho a eso de las nueve, miro la agenda: a las diez asesoría, a las doce revisión del plan de acción, a la una canapé con los del ayuntamiento y te llamo por si quieres comer conmigo y hacer las paces por mi mala contestación de ayer.

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