sábado, 13 de octubre de 2018

me asombro cada mañana



Me asombro cada mañana. Reivindico aquel ser humano que fui. Me siento yermo. No podría decir que es un derrumbe, ni siquiera un venirse al suelo, quizás tan solo un cambiar de ritmo, mover el foco, salir de escena. El final de un cuarentismo romo. Saberse erosionado por la lija cotidiana que te gasta. Ya no sueño con frases encuadernadas, ya no me recreo en los caminos del Retiro vendiendo versos a un euro a parejas enamoradas; ya no quiero, por nunca, recitar lecciones de judicaturas en las salas excelsas del supremo.
Me siento un personaje de clase media, un provinciano sin pretensiones, un chupatintas en la corte de un rey corrupto entre medio de una cooperativa de farsantes y una cuadrilla de bufones enchufados como consejo de familia. Detesto y convivo con una piara de aduladores, con un sortilegio de sonrisas sin nada dentro. 
En mi casa se va el calor por las rendrijas. Llueve, arrecia afuera y dentro se respira la tibieza cotidiana en contrapunto con un atosigante relente de frio y escarcha. No sé como explicarte que te quiero, que mi desazón no se cura con besos ni con carantoñas sino con las palabras envolventes y la tibieza de escuchar amanecer juntos.
No comprendo lo que pasa, lo reconozco. No entiendo un mundo en conflicto. Solo sueño con un pueblo de lectores tranquilos en terrazas con cerveza en mañanas de domingo. Veo a demasiada gente aflojando mucho, a un paso de rendirse, renunciando a esa pelea que lleva a definirse. Demasiado eco escuchándose a sí mismo, demasiada carencia de compañía.
No me echeís en cuenta, no subrayeis mi desidia, no ratifiqueis mi congoja. Tan solo escuchadme, comentad si quereis, reid mis gracias. No penseis que lanzo por la ventana los pecios de mi naufragio de invierno, tan solo confiad, como yo, que en mi vida cuanto más me han herido más fuerte he salido. No reblaremos, tenemos aún la fuerza suciente para luchar por los sueños.