Metro noventa y cien kilos de hombre muerto. "Era una buena
persona" Dijeron las vecinas con esa vocación de tertulianas de telecinco que
tienen todas las marujas en las crónica de sucesos "Una persona normal". Apunto
otra regalando el titular al becario que firmo la reseña por seis
euros cincuenta. "Esta vida de mierda, nos hace seres atormentados". Concluyó el
argentino del Tercero C.
Y quizás los tres tuvieran algo de razón: buena persona, un
ser normal, un tormento que corre por dentro sin escucharse fuera y la mala
suerte de tener una pistola a mano. Un odio simple que empieza en lo trivial y
entra en barrena. Una fijación. La búsqueda de un culpable a todas sus
frustraciones y la mala hora de encontrarlo en su jefe, el abogado.
El abogado Martínez no es que fuera malo, era simplemente un
gilipollas que soñaba con ser alguien a fuerza de poner en práctica los libros
de Sun Tzu. Durante diez años, nuestro amigo le sirvió de estera donde sacudirse
sus zapatos y su mediocridad. Y una buena mañana se encontró con una onza de
plomo en el cerebro, justo diez minutos antes de que aquel hombretón se regalara
otra a sí mismo.
A Martinez se lo llevaron enseguida los de la morgue. A
nuestro amigo lo dejaron un buen rato en la calle. Mientras llegaron los de la
prensa, mientras reanimaron a la jueza de instrucción que sufrió una
indisposición al ver a su primer muerto, al final quedó la calle vacía. Los vecinos se preocuparon mucho, la
verdad, bueno se preocuparon mucho por preguntar
a una locutora que estaba bien buena a qué hora iban a echar esa noche el recorte en
el noticiario.