lunes, 16 de marzo de 2020

El castillo de los post no escritos.

Vale bien, al entrar en este castillo gritan los goznes y postigos con soledad y abandono sin ni siquiera un verso ni una foto que dé apariencia de ser habitado, pero lo está. Los marcos de los posts atesoran polvo como las capas que nos dejan los años en nuestros recuerdos y como las añejas historias escritas que huelen a libro viejo con carillas pegadas.
Así somos los fantasmas, seres de imaginación que no irreales; así somos los fantasmas, seres tan reales como nuestros sueños y nuestras pesadillas. Arrastramos las cadenas con ruido a culpa y arrepentimiento como las celosías de los confesionarios que atesoran infidelidades de obra y sobre todo de deseo u omisión.


En los pasillos lóbregos las paredes se van estrechando como los sueños de juventud hasta casi impedir el paso, los travesaños gritán, las jácenas se desentumecen cada vez que alguien viene de visita en horas inesperadas. Algunos piensan que son alaridos de pena, otros que son salmodias de orates en los frenopáticos de mitad del siglo pasado, pero no, más bien asemejan a esos jadeos anfibios entre el placer y el dolor en los lupanares góticos de novelas distrópicas.
Qué otra cosa es escribir de madrugada sino mezclar cuerpos y orgasmos, heridas y consuelos, deseos y frustraciones que nos guian de una bitacora a otra en este mar sin aguas. Qué otra cosa es versar de noche sino mezclar sombras con recuerdos, arrebatos con descansos, oraciones y apostasías de imagenes a medio camino entre el pecado y las ganas de condenarte.
No merece la pena pensar para escribir, difundir para que te lean, a veces la mano te lleva automática e involuntaria al teclado como una jovencita a su entrepierna para investigar, como una señora a su entrepierna para recordar, como un cincuenton a su desidia para arrepentirse.
Podeis pasar por aquí de vez en cuando, solo teneis que dar tres golpes de aldaba, os abro la puerta. No hay contraseña.


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